TEXTOS DE LA EXPOSICION


Esta exposición es una mirada hacia los árboles y las ramas, hacia su forma de crecimiento, hacia su lugar en el mundo, en el espacio y en el tiempo, hacia su imagen y la imagen que de ellos tenemos. Aparte de por su contenido, nos parece apropiado titularla “ramificaciones” porque si el motivo central del escudo de la Universidad de Valladolid es un árbol enraizado en el árbol eterno de la Sabiduría, nuestro trabajo puede verse como una forma más en la que la reflexión académica profundiza y amplía su comprensión de la realidad.


Hay árboles desde siempre, y prácticamente en cualquier lugar. Los hombres y los pueblos siempre se han mirado y buscado en ellos, intentando comprenderse mejor. Los han visto como expresión de la fecundidad de la vida, de su origen, de su desarrollo y de su final. Los han llenado de simbolismo y de dignidad. Han escrito sobre ellos, los han venerado. Los han usado para su sustento y su cobijo, para la fabricación de sus propias herramientas, para obtener luz, energía y calor. Los han arrasado a veces sin piedad, sin pensar en el después, creyendo que siempre estarían ahí. Los han “domesticado”, han disfrutado de ellos, los han llevado a las ciudades, a las casas, a la civilización.

Los que nosotros mostramos son árboles urbanos y de ahí el subtítulo “naturalezas urbanas”. Son casi retratos, imágenes humanizadas de árboles concretos, casi con nombre y apellidos, con una edad determinada, con unas coordenadas espaciales. Los hay jóvenes y viejos. Viven anónimos en las ciudades, en unos pocos metros cuadrados, en el mejor de los casos con algo de hierba y otros árboles alrededor. No han nacido ahí, pero han sido plantados y están ahí, con sus raíces en la tierra, buscando el alimento, y soñando quizá con vivir en un sitio mejor. Alguien los colocó donde están después de nacer en un vivero, artificialmente, con todo tipo de cuidados, protegidos para que todo fuera bien. Les pusieron estacas para que no se torcieran. Ahora hacen su trabajo cada día y descansan por las noches. Sus ramas crecen y se entrecruzan. Dan sombra, proyectan sombras. Les brotan yemas, y hojas y flores. Dan frutos incluso. Muchas veces frutos estériles que nunca podrán dar vida. Morirán. Incluso los árboles milenarios mueren. Luego serán madera. Algunos quizá sirvan para sujetar a otros.


Las imágenes que presentamos están hechas sobre metal. Buscamos el contraste de la planeidad euclídea, casi incorpórea, y el origen industrial de los soportes, con el volumen y la pertenencia de lo pintado al mundo “natural”; el del brillo y los reflejos del fondo con la opacidad y la textura de las cortezas; el de los límites necesarios del cuadro, los bordes geométricos fruto de la acción humana, con los contornos orgánicos y vivos de ramas y hojas.

El carácter antropológico de las pinturas se refuerza con la posición del “sujeto” en el cuadro y con la negación de la perspectiva al optar por fondos planos, de proyección infinita. El encuadre, la elección de los límites de la visión, constituye un aspecto esencial de la generación física de cualquier imagen. A partir de aquí adquiere particular importancia el “fuera de campo”, todo aquello que se ha quedado fuera de la configuración plana de la imagen.

Luego, además de intentar evidenciar el proceso de percepción inmediato de lo no pintado, tanto por los soportes como por los encuadres, con nuestro trabajo deseamos conocer mejor la generación física de imágenes y los principios de gestión compositiva, especialmente en un entorno cultural caracterizado por una galopante inflación de imágenes. Y nos gusta comprobar que la imagen sigue siendo un reflejo de lo real, no sólo en su aspecto figurativo, sino también en su captación de la esencia de lo real a partir únicamente de lo visible.

Las obras que aquí se presentan, desde su realismo aparente, aparecen como proceso, heredero de la superposición progresiva de capas propia del positivado fotográfico o del palimpsesto. La heterodoxia del soporte neutro de aluminio con recubrimiento plástico, ha llevado a una primera reproducción del motivo original sobre la película protectora. Después ese revestimiento se recorta sólo en las zonas delimitadas por el dibujo y preserva el resto de la plancha tal como es.

El óleo se aplica en veladuras finas ricas en aceite dentro del perímetro de las siluetas. De esa forma van apareciendo las texturas progresivamente, como ocurre en una fotografía cuando el líquido de revelado activa las zonas alteradas por la luz. Incluso el barniz se aplica sólo sobre lo pintado, sin afectar a la base. Por último se suprime la película protectora y aparece el fondo en su verdadero tono. A esta secuencia de trabajo por capas se añade con frecuencia una última veladura en forma de sombras arrojadas, procedentes de elementos que están fuera de campo, en el plano del espectador. El resultado final es tenue y apenas añade grosor. Pero en la práctica, se superponen un inconcreto plano neutro que está detrás, las ramas en sus diversos estratos y la sombra que es huella del plano fuera de campo del observador que está delante.


Así se renuncia a una profundidad derivada de los efectos perspectivos del realismo clásico. A cambio, desde la paradójica planeidad del cuadro, se exploran aspectos más modernos como el efecto fondo-figura, o las relaciones geométricas dentro del marco y con el contorno. Las figuras ya no son una mera representación de la realidad sino la excusa para operaciones actuales como la superposición, la densidad o la acumulación.


Estas naturalezas urbanas son doblemente irreales. En primer lugar, la misma ciudad las desvincula de su estado original, al obligarlas a vivir en apenas un metro cuadrado (precisamente la superficie de muchos de los cuadros), al atarlas a un elemento artificial o al negarles el cielo como telón de fondo. Pero además, el mecanismo de la representación añade un nuevo factor alienante. La acción de encuadre corto priva a los árboles de su apoyo. Tampoco se permite ver su remate. Quedan atrapados en la geometría del marco y entonces se convierten en trazos y relaciones. Es en ese momento cuando las ramificaciones adquieren todo su sentido de acción, aquí preferentemente compositiva. La apariencia de realidad se hace así línea y dibujo, más que masa pictórica o textura.